15 Mar Mi boca es mía
Hace algún tiempo, en la revista El Jueves, incluían un pequeño texto en el apartado del equipo. Este texto decía algo así como “Cada opinión pertenece exclusivamente a su creador y no representa a la revista. Que cada palo aguante su vela.”
Que cada palo aguante su vela. Qué frase más bonita, ¿verdad? Qué frase más pura, más sincera, más llena de responsabilidad. Es como un “Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra”, pero sin esposas de por medio.
Es una frase que ojalá tuviéramos más en cuenta.
Una gran visibilidad acarrea una gran responsabilidad
Os voy a hablar de la parejita gay de Hollywood por excelencia, Neil Patrick Harris y David Burtka. Siempre felices, siempre bien avenidos, siempre bien llevados. Famosos por sus papeles en cine y en televisión, queridos por su imagen familiar idílica y no-tan-odiados como se merecen por utilizar la aberración conocida como gestación subrogada para formar su familia.
Imagina que Neil Patrick Harris y David Burtka tuvieran una pelea. Así, de repente. Ocurre hasta en las mejores familias, y lo sabemos. Una mala tarde la tiene cualquiera, ¿verdad? Sin embargo, esta pelea es algo más grande que el resto. Es una gotita de dolor encima de otra, otra y otra, hasta hacer rebosar el vaso del odio y del rencor.
¿Te imaginas cómo serían los titulares de ciertos medios? Y sí, me refiero a esos mismos medios que repiten como loritos las consignas de Apastar, como aquella de “lo de los gays no es amor, sino vicio”.
Un divorcio como ése sería desastroso para el colectivo gay, y más teniendo en cuenta el alcance del puñetero y problemático love is love, que sólo nos deja ser válidas si hay amor de por medio. De repente, tendríamos a columnistas escribiendo sobre cómo los maricas no sirven para estar casados, que es sólo vicio, que tal ocurrencia demuestra que el matrimonio igualitario no tiene lugar en nuestra sociedad.
Eso es una responsabilidad bastante grande, ¿verdad?
Una maldición en su mayoría minoritaria
Hoy hemos podido ver —aunque no quisiésemos— una masacre en directo. Un desalmado, creyéndose alguien importante, ha arramblado en una mezquita y se ha llevado a más de cuarenta personas por delante mientras lo emitía todo en directo por Facebook.
Este desperdicio de oxígeno era un hombre blanco, por lo que según los medios esto ha sido un tiroteo. Un pobre chaval, radicalizado gracias a los memes de Internet, que estaba un poquito ido de la cabeza. Qué se le va a hacer, pobrecito.
Por supuesto, si la persona que hubiera hecho esto fuera un musulmán, sería terrorismo (es lo que es) y se estaría exigiendo la condena inmediata por parte de toda la comunidad musulmana, porque todos los putos moros son iguales, claro, trabajen para Isis o trabajen para el kebab de la esquina.
Seguramente las que seáis de Euskadi y tengáis mi edad sepáis de lo que hablo, ¿eh?
¿Para qué irnos tan lejos?
Un hombre cis y blanco, integrante de las fuerzas armadas del país, forma parte de un grupito de alegres amigos cuya afición es ir abusando de pobres chicas. Violan a una chica entre cinco en un portal, y por supuesto, la culpa es de ella. Que ella quería, oiga. Y si se consigue demostrar que no quería no podemos pintar a toda la Benemérita con la misma brocha, que es un caso aislado.
Sin embargo, una desalmada mata a sus dos hijos en compañía de su marido y ya hay gente utilizando su imagen como pasada activista para tachar al movimiento del 15M, al feminismo y a los partidos de izquierdas de ser criaderos de asesinos en masa.
A mí no me mires, yo sólo soy una chica
En mi opinión, lo peor de ser vista como influencer viene del peso y la fuerza que tienen tus palabras y tus actos. Ser alguien de una minoría, visible, activa y con presencia pública es, ni más ni menos, una responsabilidad del copón bendito.
Cuando tuiteo, intento pensar muy bien lo que escribo y lo que digo, porque considero que tengo una responsabilidad para con mis amigas y compañeras. Me corto mucho para que no puedan usar mis lícitos cabreos contra mí o contra otras, porque soy consciente de que mis ideas y mis ideales llegan a mucha gente.
Porque si un señor la caga, no hay consecuencias reales, y si las hay son exclusivamente para él. ¡Y en la mayoría de los casos tendrá a muchos señores defendiéndole! Si una mujer cis o trans, una persona racializada, o una gitana la caga, habrá personas que utilizarán dicha cagada para definir a todo el colectivo, desde la más visible a la más oculta. Y eso no es justo, amigas.
Mi boca es mía. Mis palabras son mías. Mis actos son míos. Todo lo que tengo, todo lo que doy, todo lo que ofrezco es mío. Hay gente que podrá estar de acuerdo y gente que no, pero tachar de algo a un colectivo por las palabras o los actos de una sola integrante del mismo me parece una injusticia con el grupo, cualquiera que sea éste.
Una injusticia y, cómo no, un acto de odio sin ambages.
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