08 Mar 8 de Marzo en Sevilla: esto sí es un aquelarre
Estamos en pleno año 2019, y los asesinatos machistas se siguen sucediendo, uno tras otro. Decenas, cientos y miles de mujeres sufren violencia de género, abusos sexuales y violaciones, porque no todos los hombres, pero sí todas nosotras. Y para más recochineo, aparecen los individuos que quieren derogar todas las leyes que nos pueden beneficiar, a cis y a trans.
Si en 2018 llenamos las calles, 2019 no iba a ser menos. Si en 2018 había que hacernos oír, en 2019 había que gritar hasta quedarnos sin voz.
Y yo, por supuesto, iba a estar allí con la cámara. ¿Qué menos?
Mañana en los juzgados
El ocho de marzo empezó tempranito, con un piquete informativo en los Juzgados del Prado de San Sebastián. Allí un colectivo estaba reuniendo firmas para lograr una educación jurídica en cuestiones de género, a fin de acabar con el sesgo machista que inunda nuestras instituciones legales.
Yo no pude ir desde primera hora porque estaba ocupadísima (mentira, estaba desayunando en casa de una amiga, ocupándonos de cuidados antes de salir), pero allí llegamos las tres a eso de las once de la mañana. La escena no decepcionó.
Decenas, quizá un par de cientos de mujeres reunidas, firmando, hablando, planeando, conociendo y plantando semillas para un futuro mejor. Banderas moradas, pañuelos morados, almas moradas, una decena de cámaras y mucha, muchísima sororidad.
Tras entregar mi firma y socializar un poquito con las asistentes —incluyendo a Susana Serrano, de Adelante Andalucía— nos enteramos de que se iba a iniciar una performance por parte de Lazotea morá a unos metros de donde estábamos.
Lo cuento yo porque ella no puede
Tras un rato de música y baile —de mi opinión sobre la música y el baile en una manifestación hablaré en otro artículo— nos reunimos en círculo alrededor de dos mujeres con tambor y megáfono. Entre ellas y nosotras, un pequeño círculo de mujeres enfrentadas a nosotros, creando espacio libre.
Se escuchó un nombre femenino, gritado más que hablado, seguido de un golpe de tambor. Al segundo, asustando a todas las presentes, una chica cayó desmayada al suelo. Otra chica se arrodilló a su lado y empezó a acariciarla, a llorarla, y a pintar una silueta de tiza a su alrededor, con cuidado y cariño.
Y otra compañera dio un paso al frente.
Hola, me llamo Laura. Vine a dar clase a un pequeño pueblo de Huelva. Llevaba aquí unos meses cuando, un día cualquiera, paseando por los alrededores del pueblo, fui violada y asesinada. Hablo en nombre de Laura Luelmo porque ella ya no puede hablar.
Ni un ojo seco, amigas. Ni un sólo ojo seco. A cada nombre, a cada golpe de tambor, a cada caída, se contaban historias de las que no te dejan dormir. Historias ciertas, como la vida misma, que ocurren día a día ahí fuera. Ni un ojo seco, no sólo entre el público, sino entre las mismas integrantes de la performance
Pero ya sabéis. Las feministas somos unas exageradas.
Una vez acabada la performance, me dirigí a casa a descansar un poco, vaciar la tarjeta de la cámara y hacer unas tareas pendientes. ¡No todas podíamos permitirnos hacer huelga completa!
Tarde en Bellas Artes
Podía haber ido directamente a la primera convocatoria de la manifestación, en la novedosa Torre Pelli, pero aunque me hubiera gustado estar con mis amigas putas —colaboro con el colectivo de Trabajadoras Sexuales de Sevilla— había adquirido un compromiso previo con Balas en Warhol, un colectivo no-mixto de artistas feministas.
Así que, haciendo caso a la huelga de consumo, en el momento en que terminé las tareas pendientes, me hice el camino a pie hasta la Facultad de Bellas Artes, donde se iniciaba otra pequeña performance.
Chicas por parejas, vestidas de negro y atadas de manos, en una interminable fila. Chicas que empiezan a caminar en círculo alrededor del patio de la facultad, colocándose todas en línea delante de las organizadoras.
Y se leyó el Manifiesto. En defensa de las mujeres, de todas y cada una de ellas, cis y trans. En defensa de mujeres sometidas bajo el techo de cristal, bajo unos cánones de belleza irrealizables, con un sueldo menor al de nuestros colegas masculinos, etcétera etcétera.
Una vez leído este, partimos hacia la manifestación oficial, tirando con mordazas y cuerdas por todo el centro de Sevilla hasta llegar al Puente de Triana, donde estaba convocada la manifestación ya a punto de caer la noche.
Noche en el Paseo de Colón
Empezamos la manifestación a pocos metros de la infame Lonja del Barranco; todas recordamos su asquerosa publicidad machista, porque nosotras tenemos memoria. La presencia policial se hacía notar, pero yo no conseguía entender el por qué de la cinta rayada que delimitaba una buena área de la cabecera, como podéis ver arriba.
Minutos más tarde me enteré que, en pos de la diversidad y el acomodamiento para todo tipo de personas, se había designado un recinto móvil donde pudieran ir familias con los niños o personas discapacitadas. El simple hecho de que existiera un espacio seguro así para todas las personas que lo necesitaran me parecía un detallazo de los que no se suelen ver.
De todas maneras, yo estaba un poco recelosa. Gracias a la nueva y resurgida popularidad de las malamente denominadas Trans Exclusionary Radical Feminists —y digo malamente denominadas porque esas chicas, de feministas tienen más bien poco— sentía un poquito de respeto hacia la idea de meterme yo en plena cabecera, con la cámara, la falda y toda la pesca.
Inciso con consignas y pancartas trans inclusivas.
Pese a estas noticias tan preocupantes que nos llegan desde otras ciudades de España o del mundo, la verdad es que en Sevilla el movimiento TERF es mínimo, aunque siga habiendo transfobia presente en el feminismo. ¡Por lo menos esta transfobia proviene de la ignorancia, y no del odio!
Aquí os dejo un pequeño recordatorio de que, amigas trans, no estamos solas.
Aprecié mucha presencia inmigrante y racializada, lo que me daba un poquito de esperanza en esta mi ciudad. De diferente color, de diferente acento, de diferente origen, pero todas mujeres. Recuerdo en particular ver a muchas argentinas, llevando con orgullo sus pañuelos verdes.
Siguiendo el camino por Paseo Colón, hubo un momento que me pareció maravilloso. Poneos en situación. Mil voces, a gritos, entonando el archiconocido Que no, que no, que no tenemos miedo. De repente, a una señal invisible, las voces cambian, se endurecen, y retumba un poderosísimo Que sí, que sí, que sí tenemos rabia.
Ahí casi se me para el corazón. Qué rabia, qué ruido, qué fuerza. Qué puñetera desgracia, que tengamos que seguir luchando cuando ya tendría que estar todo conseguido.
Tirando por Constitución (dos dados de veinte)
Aquí, quiero dar las gracias a dos personas con las que me encontré de casualidad. Dos personas que, por curiosidades de la vida, participaron en la primera performance del día. Dos personas maravillosas que, haciendo gala de una sororidad extrema y unas ganas de cuidar a la compañera sin parangón, me vieron la cara de desfallecimiento y me ofrecieron no uno, sino dos bocatas.
La gilipollas que aquí escribe, con lo de las tareas pendientes a mediodía, llevaba sin ingerir bocado desde el desayuno, y estas dos maravillas de persona me salvaron la vida, o por lo menos, taparon el agujero que ya iba arrastrando en el estómago.
Gracias por vuestros pepitos de guacamole y queso vegano. Con eso ya pude aguantar hasta que llegué a casa.
Ahora sí, conquistando la Constitución
Tengo que reconocer que la manifestación de este año me pareció más pequeña, menos multitudinaria que la de 2018, ¡y no ha sido así! La diferencia estaba en que mientras que la del año pasado empezaba en Plaza Nueva y se dirigía hacia la Alameda, tirando por calles estrechas (¡nos tuvimos que dividir por varias!) en esta ocasión la parte principal de la mani discurría por anchas avenidas, peatonales y no.
Camino a Plaza Nueva tuve la suerte de poder hacer algunas fotos maravillosas que necesitaba, como la que adorna el artículo o esta que aquí os comparto.
Sin mayor contratiempo —aparte de perderme de las personas con las que iba por, no sé yo, vigésimo quinta vez— llegamos a Plaza Nueva, donde se terminó la manifestación y ocurrió algo que, creáis o no, voy a atesorar en mi memoria como oro en paño.
Una chica se acercó a preguntarme si era yo, y me dio las gracias por enseñarle tanto sobre personas trans desde mis redes sociales, así como por mis fotos. Qué abrazo más tierno, más fuerte, más lleno de vida. Y yo, llorosa perdida entre la naturaleza del momento y la ayuda de mis pastillitas mágicas.
Son momentos así los que me inspiran a seguir luchando, a seguir moviéndome y a seguir haciendo todo esto. Vosotras sois maravillosas, y me gustaría estar a vuestra altura, amigas.
Espero que hayáis disfrutado del viaje tanto como yo. Y que disfrutéis de la galería inferior, con una selección (sí, selección) de más de 160 fotos que aunque ya habían sido publicadas en Twitter, siempre es conveniente tenerlas en un sitio más localizadas, ¿no creéis?
Ups, perdón, una última cosa
Chicas, por favor. Cuando se habla de huelga general y huelga de consumo, es para que respetemos las huelgas. No me vale gritar en nombre de la obrera que no ha podido ir a hacer huelga porque no puede perder ni un día de sueldo para que luego os vayáis de cervecitas al Cien Montaditos, capisci? Si hace falta os lleváis la bebida de casa y las disfrutáis en un banco cualquiera. ¡Pero huelga de consumo, por favor! ¡Que se note que tenemos poder!
Por otro lado, haciendo clic sobre la maravillosa foto de la derecha no relacionada en absoluto con el feminismo ni la lucha de la mujer (excepto la mía por sobrevivir) podréis acceder a mi página de ko-fi, donde cualquier donación es bienvenida para, qué demonios, ir tirando mientras encuentro un nuevo empleo. ¡Gracias, amigas!
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