
02 Feb El vacío que dejamos en los demás
Uno de los motivos de iniciar este blog, además de forzarme a escribir, era obligarme a agarrar la cámara a diario y a expresarme de una foto u otra. Lamentablemente, hoy me veo forzada a hacer trampa por segunda vez.
Veréis, hoy, día 2 de febrero, hace exactamente cuatro años que mi madre, ante la perspectiva de otro año más aguantando a Rajoy en el poder, decidió abandonar este valle de sonrisas y lágrimas. Tal día como hoy, aproximadamente a esta hora, volvía del trabajo a casa en el autobús, cuando mi hermano me contó la fatídica noticia, el desesperado desenlace.
Es en días como hoy —es decir, en todos— cuando desearía haber empezado a tirar fotos antes. Días en los que desearía tener buenos retratos de mi madre, de mi padre, de ambos. Días en los que tengo que tirar de archivo familiar para poder mostraros qué pinta tenía mi familia.
Ah, diosa, cómo los echo de menos.
Ay, si me viera mi madre ahora
Ella, que siempre quiso tener una hija y nunca llegó a saber que la tenía. Ella, con su sonrisa y su buen corazón, con su amor incondicional y su buenrollismo generalizado. Ella, a la que todo el barrio quería con locura, llevara aquí décadas o semanas. Ella, ama de las tortillas y maestra de las croquetas.
De mi señora madre, de mi Brígida querida, tengo miles de anécdotas y miles de historias que contar, desde su trabajo como chacha a sus días de cobradora a domicilio, desde las interacciones con familia y amigos a los enfados con los que salían en la tele.
Hoy, aprovechando que son los Goya, voy a hablar de su relación con el cine, una de sus facetas más entrañables, más divertidas y más cómicas, porque para llorar ya tenemos, qué se yo, Superlópez.
Me han dicho que intentaron vender Superlópez como comedia, pero fallaron estrepitosamente. Al parecer, la sensación de tu infancia astillándose en miríadas de trocitos es suficiente para calificarla como drama histórico.
Brígida, locutora famosa
En los años 90, en mi casa había algo que podríamos llamar vídeo comunitario. Los más jovenzuelos no lo recordaréis, pero en esos tiempos lo del TDT era una quimera y sólo existían cinco canales escasos. Gracias al vídeo comunitario, se podían ver películas de forma continua, de todos los géneros imaginables.
El caso es que este vídeo en concreto se emitía desde mi casa. Todos los días venía un mensajero en moto con una caja llena de cintas betamax, que mi padre se ocupaba de ir poniendo de forma consecutiva en un maravilloso reproductor conectado a media Triana. Además de esa tarea, mi padre también preparaba unas carteleras electrónicas muy bonitas en un Spectrum ZX+2.
No sé a quién se le ocurrió la idea, pero alguien decidió conectar un micrófono al invento, para que mi madre pudiera leerlas para todo el barrio.
Imagina estar en casa de un amigo, merendando, y de repente escuchar la voz de tu madre, calmada y profesional y con su acento mezcla de Sevilla y Badajoz, «A las cuatro de la tarde, podrán ver Termineitor».
Magia, amigas. Magia, os digo.
Brígida y la suspensión de la incredulidad
Mi señora madre no estudió. Brígida nació en un pequeño pueblo de la provincia de Badajoz en 1939, y en ese clima económico y social, las personas pobres no estudiaban. Aprendían a leer y escribir de aquella manera y con eso tiraban adelante.
Mi madre era muy lista en algunas cosas, y sabía como poner su casa en marcha. En otras…
Estoy en casa, viendo Los pájaros en un canal de cable. Mi madre, lo primero que dice es, «Tendrán que haberle pagado un buen jornal a esos pobres actores, ¿no?». Pregunto el por qué. «Coño, la de picotazos que han tenío que aguantáa para grabar eso».
Otro día, emiten Godzilla en la tele. Mi madre me pregunta dónde está pasando eso, que qué miedo, a ver si no nos llega a Sevilla en una de estas.
Veo La comunidad del anillo. Brígida dice que qué cosas más raras veo, de enanos corriendo por el campo, que no se sabe si es algo de verdad o no.
Poco a poco, conseguí hacerle ver qué era aquello de los efectos especiales, con paciencia y cariño.
O eso espero, porque si no los llegó a entender, sus risas con Destino final me darían bastante miedo.
Y de remate, el tránsito.
Mi madre era una pionera, eso también os lo digo. Serie que emitían en televisión, serie a la que se enganchaba, sin más. El secreto de Puente Viejo, House, CSI Miami, se las veía todas.
Sin embargo, me acuerdo con mucho cariño de Entre fantasmas. Estamos en casa, hablando del fallecimiento de alguien que no recuerdo. Mi sobrino, pequeñito aún y con un tenue concepto de la mortalidad, escucha unos retazos de la conversación, y responde con un «Abuelita, por favó, tú nunca te vayas al cielo.»
Mi madre le mira, sonríe, le atusa el pelo con la mano y dice «No te preocupes, Gonzalo. Cuando me pase algo, me quedaré aquí en tránsito como en la tele».
Hoy, dos de febrero de 2019, sigo esperando a que aparezca Jennifer Love Hewitt por casa.
Cecilia GP
Posted at 13:24h, 03 febreroLara, hace mucho te leo en twitter, aunque yo no tengo cuenta en esa red social. Pero te sigo, igual que a otra gente que hace o escribe cosas muy lindas. Gracias por cosas como esta, haces del mundo un lugar mejor. Y no te preocupes, sea en el cielo o en tránsito, o sencillamente en tu corazón, tu mamá está ahí, en tus experiencias, en tua recuerdos. Abrazo enorme de esta desconocida a muchos kilómetros de distancia. Gracias por tus fotos y tus textos.