Límpidas mañanas de Sevilla - Lara Santaella
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Límpidas mañanas de Sevilla

Descripción de la imagen: Un chico sentado sobre la baranda de piedra de una escalera a los pies del puente de Triana.

Martes por la mañana. Suena el despertador. Mi primer instinto es ignorarlo, pero Palmera —que ha acabado durmiendo bajo las mantas, pegada a mi pecho— tiene otros designios. Al escuchar las voces del despertador se despereza y me da un par de rugosos lametones en la barbilla.

Hora de despertar.

Me estiro, sin salir de la cama. Desde el móvil, a un par de metros de la cama, suena Seasons of love, el tema que tengo seleccionado como melodía para la alarma.

Canturreo un poco, me desperezo, me quito las mantas de encima y, qué sorpresa, me congelo de frío.

¿Sabíais que los pezones de la armadura de Batman y Robin no son un problema de diseño sino un accidente de guión? ¡No, no eran premeditados! ¡Eran una reacción natural a la presencia de Mr. Freeze!

Voy al baño, me lavo la cara, agarro la ropa de la silla y me visto. Hoy me espera un largo día de escritura delante del ordenador, y antes de ponerme en la mesa con el portátil quiero darme una vuelta para despejarme, respirar aire (im)puro y gastar algunas calorías de esas que me sobran.

Dejo a la gata en la cama, agarro móvil, auriculares y cámara con el 70-200 y salgo a la calle.

Qué día, amigas, qué glorioso día. El cielo azul, con sólo unas leves pinceladas de blanco. Los coches, salpicados por miríadas de gotas de rocío. El aire limpio y frío, con olor a tierra mojada. El sol, calentando lo justo.

Camino a paso ligero por el barrio, escuchando música sin dejar de mirar a todos lados. Vecinas haciendo la compra. Una máquina de hacer churros en medio de la calle, desahuciada por los obreros que hacen reformas en el bar. Señoras con sus tostadas, abuelos con sus chupitos de anís.

Esto es Triana, amigas, y así seguirá siendo mientras resistamos a las hordas de la turistificación.

Camino por San Jacinto, pasando por escaparates de interior y de exterior. En una esquina, una zapatería. Al lado, una señora preparando su puesto ambulante de aceitunas. Más allá, muchachos vendiendo naranjas desde una sábana en el suelo, un bar repleto de obreros o una administración de loterías tristemente llena desde bien temprano.

Rocío sobre cristal y goma
Nos quejamos mucho (y con razón) de la proliferación de casas de apuestas en nuestros barrios y nuestras calles. Nos llenamos la boca hablando de Carlos Sobera y otros como él. Pero, ¿cuándo vamos a abrir el melón de la ONCE? ¿Necesita una sola calle diez personas vendiendo cupones y rascas? ¿No estamos dejando pasar ahí algo muy bestia?

Llego al puente de Triana y veo a un chico sentado en la baranda de las escaleras, perfectamente silueteado contra el cielo. Le hago la foto pertinente y tras dudarlo un par de minutos, me acerco a él y me presento. Se llama Marius, es alemán y me da su correo para que se la envíe.

Sigo mi camino por la calle Betis y aprovecho para hacer fotos de todo lo que me llama la atención. Un coche festoneado por gotitas de rocío resplandeciendo gracias a un sol aún bajo. Una piedra triangular cual ojo divino asomando del verde río, que diría Lorca. Un perro revolcándose con un frisbee. Una botella de cruzcampo abandonada.

Llego a Plaza de Cuba, giro a la derecha y me paro a tomarme un café calentito mientras pienso en las ganas que tengo de reemplazar mi cafetera rota de una maldita vez.

Pago, salgo y me dirijo a casa, más tranquila, más relajada. Con más ganas —pocas— de sentarme a trabajar.

Qué ganas de que llegue el fin de semana, ¿verdad?

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Lara Santaella
larasantaellafoto@gmail.com

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