La temible casilla en blanco - Lara Santaella
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La temible casilla en blanco

Descripción de la imagen: Primer plano de una hoja manuscrita, con múltiples tareas con sus correspondientes casillas de verificación. Se aprecian diferentes palabras en inglés.

Hace tiempo creía que una de los mayores escollos en cualquier tarea creativa era la página en blanco. Una página vacía, henchida de luminosidad y vacía de contenido, llena de promesas y hueca de realidades.

Ojalá seguir creyendo eso, pero tras años de experiencia profesional, he descubierto algo peor.

Lo peor del trabajo creativo como freelance no es la página en blanco, sino las casillas en blanco. Esos pequeños cuadritos sin marcar justo al lado de todas y cada una de tus tareas pendientes, que te dejan cual cervatillo delante de los faros de un coche por su simple superioridad numérica.

Ah, esas sí que son jodidas, vaya que sí. ¿Empiezas con tender la colada? ¿Con escribir los artículos encargados? ¿Editas las fotos de la última sesión o friegas los platos? ¿Te ocupas del logotipo que te han pedido? ¿Por dónde empiezo, por diosa?

Decides que vas a empezar por lo más básico, los artículos que te han encargado. Uhm, veamos la lista. Un artículo sobre pruebas de acceso a la ESAD y otro sobre cómo organizar tu vestidor.

Curiosamente, 'tirando la ropa en la primera superficie plana que veas' no es un contenido válido para un texto sobre 'organizar vestidores', porque no llega a las trescientas palabras. Maldito Google, que te hace escribir hopepunk cuando sólo querías ser realista.

Te enchufas los auriculares, te pones cómoda en tu bar favorito con un café a la izquierda y tu portátil abierto delante tuya.

Tap, tap, tipitipititap. Abres Google, revisas un par de conceptos. Tap, tap, tipitipitap. No te convence una frase y buscas alternativas. Tap, tap, tipitipitap. Buscas información sobre paneles frigoríficos, reescribes y atacas desde otro punto de vista para que Google no lo clasifique como contenido duplicado. Tap, tap, tipitipitap. Terminas de decir lo que querías, echas un ojo al contador de palabras y ves un precioso 279. Mierda. Tap, tap, tipitipitap. Cambias una palabra por una frase, dando vueltas innecesarias para expresar exactamente el mismo concepto. Tap, tap, tipitipitap. ¡Tarea terminada!

La pelea contra el Jefe

Tachas la primera tarea de la lista, sonríes satisfecha y, de repente, aparece El Jefe. El Jefe no es la segunda tarea, ni la tercera; esos son simples bichitos secundarios a los que apalizar luego.

El Jefe es tu propio sentido de la satisfacción, por extraño que te parezca. Has conseguido avanzar en tu lista de tareas, aún de forma infinitesimal, y tu cerebro, qué digo, TU EGO insiste en que te mereces una recompensa.

Esa recompensa bien puede ser tirarte un rato ojeando Twitter, o leyendo ese libro que tienes a medias. También puede ser jugar un rato con tu gata, o mover un poco el culo al ritmo de esa canción nueva que has descubierto.

Y ay, amiga… salir de ahí es lo más difícil del mundo. Salir de esa pequeña espiral de autocomplacencia es jodido, muy jodido. El subidón de «he completado esto» suele ser lo suficientemente fuerte como para acallar el «pero todavía tengo que completar esto otro» y por ese camino sólo hay ruina y desesperación.

Pero hay que seguir trabajando, porque las facturas no se pagan solas. Sacas fuerzas de donde no las hay, vuelves a poner el trasero en tu asiento y… empiezas a quedarte dormida.

Vas al baño, te lavas la cara con agua fría, pides otro café… y ahora sí. A trabajar se ha dicho.

Por lo menos hasta que tachemos la casilla donde pone «Acabar con el trabajo asalariado». ¿Podría ser para este lunes? ¿Por favor?

Se ve una niña pequeña caminando de espaldas, con una bandera de un sindicato de trabajadores al hombro.
¿A qué sindicato se asocia una cuando trabaja para una misma?
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Lara Santaella
larasantaellafoto@gmail.com

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