23 Ene Sevilla tiene un olor especial
Decían los Del Río que Sevilla tiene un color especial, pero por más que lo intento no se lo veo. ¿El color albero? Ya está un poquito desfasao, porque gracias a las reformas urbanas y a las tristes plazas duras, la familiar arenilla ya está desapareciendo del imaginario popular. ¿El rojo de las fachadas de los barrios obreros? ¿El verde acuoso del Guadalquivir? ¿O los vivos tonos de la Feria de Abril? ¿Con cuál nos quedamos?
Podríamos decir que estoy más orientada a lo olfativo que a lo visual (no), pero creo que Sevilla se define mejor por su aire, sus aromas, sus olores.
Si no has olido Ankh-Morpork en un día caluroso, no has olido nada.
¿Te ofrecen chocolate? ¡Pues di que naranjas!
Camino del café de la mañana me encontré con uno de esos maravillosos olores que gritan, más que dicen, ¡SEVILLA! La recogida de naranjas amargas se ha adelantado este año, y me encontré con operarios vareando naranjos y recogiendo fruta del suelo a capazos.
Imagina una calle, un barrio entero oliendo a zumo de naranja recién exprimido. Cierra los ojos, respira hondo y piensa en cómo ese olor cítrico, tan intenso y ácido, inunda tu olfato. Ahora, sonríe.
Al adobito rico
Hace unos años tuve el privilegio de trabajar en el Diario de Sevilla como diseñadora publicitaria. Fue una época bonita, agradable, bien pagada y llena de compañerismo y buenos momentos.
Lo único malo era la ventana de la oficina. ¡Sí, la ventana! Esta ventana daba a la calle José de Velilla, esquina con Tetuán. Sí, al bar Blanco Cerrillo.
Para quien no lo sepa, o quien no haya visitado aún Sevilla, este bar es uno de los más famosos de Sevilla por su maravilloso olor a adobo. Da igual que llueve, que nieva o haga sol, da igual que sea de día o de noche, si pasas por su lado, el olor a adobo te envolverá como si de una manta se tratase.
Y siempre, siempre, te dará hambre. Siempre.
¿Y qué me decís del incienso?
Ya sea dentro de las iglesias, en el incensario de un monaguillo precediendo una procesión o en uno de los múltiples puestecitos callejeros que podemos ver en el centro de la ciudad, el incienso es un acompañante perenne en nuestros paseos por Sevilla.
Sé que a algunas personas este olor les parece una auténtica maravilla, a la vez recordando y prometiendo tiempos mejores, y que son capaces de llevarse incensario de arcilla, carbón e incienso directos para llenar su casa de olor a Semana Santa.
¡Una curiosidad! Un viejo fotógrafo al que conocí ayer me habló de una relojería en la Plaza de San Francisco donde existía un reloj-calendario que iba al revés que todos los demás. Este reloj no hacía otra cosa que medir el tiempo que quedaba hasta el próximo domingo de ramos. ¡Ay, las ansias!
No diré que no me gusta la Semana Santa por culpa de este aroma tan nuestro, pero reconozco que es un olor que bloquea todos mis sentidos. Lo considero demasiado poderoso, demasiado pesado, demasiado mareante, pero… ¿no tiene por qué gustarme toda mi ciudad, verdad?
Y la primavera regó las calles de azahar
Una de las notas más distinguibles del famoso perfume Aire de Sevilla, del Instituto Español, es el azahar, y no en vano; mientras que en Sevilla no hemos visto la nieve más que en el congelador, las flores de azahar suelen alfombrar toda nuestra ciudad en los meses de primavera, como si de nieve se tratara.
Hace tiempo, la madre de un amigo me solía decir que el azahar es la nieve de Sevilla. Esta señora no hablaba demasiado bien, y durante mucho tiempo creí que decía la mierda de Sevilla. Yo para mis adentros pensaba “a ver, que están las calles llenas y esto resbala, pero tampoco es para tanto”.
Es un aroma dulce, penetrante pero sin llegar al límite del incienso. No sé a vosotras, pero a mí me encanta. Aunque no tanto como la vainilla, claro, pero eso es porque soy una golosa irredenta.
Los que no llegué a conocer, y los que desaparecieron
Me pregunto a qué olería la Fábrica de Tabacos. Me pregunto a qué olerían los corrales de vecinos o qué aromas inundaban las caballerizas.
Lo que sí recuerdo, y con cierta nostalgia, era el olor de las panaderías de barrio. Recuerdo que a menos de cien metros de donde vivía y sigo viviendo, había una panadería clásica, de las de masa, levadura, pizca de sal y horno gigantesco. Ese maravilloso olor era capaz de hacerte engordar dos kilos con sólo pasar por la puerta. ¡Y por no hablar del obrador de Lola, aún abierto y funcionando! Se me cae una lagrimita, y no sé si por la nostalgia o por las ganas que tengo de saltarme la dieta autoimpuesta.
También están los olores que nunca existieron, pero que venden como si lo hicieran. Me refiero más en concreto a esos pequeños botecitos que puedes encontrar por Internet con ``Aire del Ruiz de Lopera`` o ``Aire del Sánchez Pizjuán``. Si creías que la homeopatía era un timo muy rentable, ¡imagina esto, que ni siquiera tienes que meter nada en el bote!
Por desgracia, Sevilla no sólo huele a naranja, adobo, incienso, azahar y pan. Sevilla a veces también huele a boñigas de caballo, cacas de perro, a sudor y a cigarro. Pero… nadie dijo que me tenía que gustar toda mi ciudad, ¿verdad?
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