
21 Ene Los libros no son para mi generación
Enero llega con otra triste noticia para los verdaderos bibliófilos; la librería especializada Nicolás Moya, situada en la madrileña calle Carretas, cierra tras casi dos siglos de vida.
Como cada vez que cierra una librería, se buscan culpables. ¿Es Internet, que ha sustituido a la sanísima afición por la lectura? ¿Los videojuegos, que han matado al libro? ¿Amazon, que ha fagocitado al pequeño comercio? ¿Las churras, que se mezclaron con las merinas?¿Es Marie Kondo, robando libros para tirarlos al vertedero?
Leo en Twitter que las multinacionales se han comido al pequeño negocio, por su facilidad para bajar los precios e incrementar el gasto publicitario. Si bien estoy de acuerdo con lo segundo, lo primero es una mentira, al menos en el tema que nos compete; el precio de los libros está fijado por Real Decreto, así como su descuento máximo.
La verdad es que el culpable de que se vendan menos libros de papel está más a la vista de lo que podríamos creer…
Son los alquileres, estúpido
Ojo, que no hablo de los alquileres del comercio en sí, aunque el FNAC de Sevilla haya tenido que mudar su sede por una subida desorbitada de la renta del edificio. Tampoco hablo de la subida de alquiler que hizo que la librería de arte El gato en bicicleta tuviera que mudarse de la calle Regina a Pérez Galdós. Tampoco digo que al no tener que costear locales comerciales, Amazon tenga claras ventajas.
Hablo de tener que pagar cuatrocientos euros por el alquiler de una habitación de veinticinco metros cuadrados donde hasta tu Kindle va a caber de milagro. Hablo del mismo precio por una caseta minúscula en Barcelona, o por una habitación de doce metros cuadrados en Numancia. ¡DOCE METROS!
Ser bibliófilo es caro, muy caro
En su libro One for the books, un auténtico canto de amor a los libros de papel, Joe Queenan nos cuenta de un bibliófilo empedernido e irredento que metió tantos y tantos libros en su apartamento neoyorquino, que eventualmente se vio forzado a comprar el piso de enfrente para poder tener hueco para vivir.
No conozco cuando ocurrió esa anécdota o si es verdadera siquiera, pero puedo decir que no es de hoy: ningún bibliófilo de clase media puede permitirse dos apartamentos adyacentes en una gran ciudad.
Siempre he sido defensora del libro de papel, pero a veces hay que reconocer la derrota. Entre el abusivo precio de la vivienda y la inseguridad laboral que nos atenaza y obliga a emigrar con todas nuestras pertenencias, los libros cada vez están más lejos de nuestro alcance.
Los libros de papel no son de otra generación porque seamos demasiado modernas, demasiado frikis o demasiado millennials. Son de otra generación anterior porque esa generación fue la que pudo encontrar una vivienda asequible que habitar y un trabajo estable que le permitiera seguir viviendo en ella.
No somos demasiado modernas para leer. Somos demasiado pobres como para permitirnos un lugar donde alojar los libros.
Y el PSOE, sin regular aún el precio de los alquileres. ¿Es que nadie va a pensar en los libros?
Por el momento, yo seguiré con mi Kindle a cuestas. ¿Mañana? El tiempo dirá.
Nota al pie: estoy buscando una habitación asequible por Sevilla, o incluso dos (para poder irme con una amiga). Se agradecen ofertas, más aún si se permiten mascotas. Me gustaría que Palmera pudiera venirse conmigo.
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