19 Ene De ansiedades y otras historias
Tras una larga mañana al pie del cañón, cámara en mano, decides comer algo en la calle. Algo sencillo y ligero, una tapa, para quitarte el hambre sin mucho esfuerzo ni físico ni económico.
Te sientas en el bar, donde están puestas las noticias. En menos de diez minutos te anuncian la séptima y la octava muerte del año por violencia machista.
Notas como la ira te hace bolo en el esófago, y escribes algo, lo que sea, para expulsar toda esa mierda pútrida que tu cerebro produce al digerir tamañas barbaridades.
Te calmas un poco, y te vas de nuevo a la calle, en busca de un sitio tranquilo donde escribir. Decides llevártelo todo: mochila con portátil y cámara cargada y lista para disparar.
No encuentras el sitio, porque tus favoritos están hasta arriba. Piensas en volver al barrio y dirigirte al punto estándar.
Cuando, de repente…
Camino del autobús, notas los músculos del cuello tensarse. Notas un nudo en los hombros. Una migraña que despierta y atenaza a tu cerebro desde cinco puntos distintos. Te entra vértigo. Te da miedo el simple hecho de dar un paso, porque sabes que te vas a caer. Los ojos se humedecen. La boca se reseca. Un miedo irracional se apodera de tu alma. Decides pedir ayuda.
Antes de que pueda responder nadie, de que pueda acudir ninguna princesa a lomos de blanco corcel, aparece el autobús que justo te dejaría en la puerta de tu casa. Ves que estás rodeada y que si te caes alguien te ayudará, por lo que empiezas a dar pasos, un poco tambaleantes al principio, una pizca más seguros después, y llegas al vehículo.
Subes. Pasas la tarjeta. Te sientas en el primer hueco libre. Tranquilizas a tus amigas y esperas, nerviosa, a llegar a tu parada de destino.
Diez minutos, media hora, tres días, una eternidad después, el bus te deja en la parada. Caminas, con el frío metido en los huesos y un enorme peso invisible sobre los hombros. Abres la puerta y te salta la gata encima. La coges, y tal como estás, vestida y con la gata en brazos, caes en la cama en la más completa oscuridad, y cierras los ojos.
Mañana será otro día.
Y fue otro día.
Hoy, tras unas cuantas horas de sueño de mala calidad, plagado por unas pesadillas que no consigo recordar, ha sido un día mejor.
He conseguido terminar los encargos escritos y hacerme con un par más. He vendido unas cuantas fotos, he abonado el alquiler a mi paciente casero, y he visto a gente a la que quiero un montón.
Ahora estoy en la cama, a punto de caer dormida de nuevo, con cierta satisfacción del deber cumplido, y esperando con ansias al desayuno compartido de mañana.
A todes les que os habéis preocupado, mil gracias. Sois maravilloses en todos los sentidos.
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