16 Ene Escritora de fortuna
Cualquiera que me conozca un poquito, sabrá que soy una lectora incansable. Leo con ansias y con fruición. No devoro palabras, devoro páginas, capítulos y libros. Sin embargo, hay un escritor clásico al que no soporto. Su nombre era Julio Verne.
Recuerdo una de mis últimas experiencias vernaculares. Pillé su clásico 2000 leguas de viaje submarino y empecé a leerlo. Pronto me di cuenta que por pura salud mental me estaba saltando párrafos enteros. Más concretamente, los párrafos en los que un personaje miraba por la ventana.
Durante dos horas, todo un ejército acuático escoltó al Nautilus. En medio de sus juegos y piruetas, mientras rivalizaban en belleza, brillo y velocidad, distinguí el labro verde; el salmonete barberino, surcado por una doble raya negra; el gobio eleotris, de cola redondeada, blanco y con manchas violetas en el dorso; el escómbrido japonés, admirable caballa de esos mares, de cuerpo azul y cabeza plateada; brillantes azurores, cuyo nombre lo dice todo; esparos rayados, de aletas azules y amarillas; sargos con una banda negra en la aleta caudal; esparos zonéforos, elegantemente encorsetados por sus seis cinturones; aulostomas, verdaderas bocas de flauta o becadas de mar, algunas de las cuales alcanzaban una longitud de un metro; salamandras del Japón; morenas equidneas; serpientes de seis pies, de ojos vivos y pequeños y una gran boca plagada de afilados dientes, etcétera.
Cada vez que alguien miraba por un ventanuco, Julio Verne nos deleitaba con interminables listas ictiológicas, sin razón aparente. No sé vosotras, pero como orgullosa señora urbanita ¡sólo sé distinguir el atún de la caballa por lo que viene escrito en la lata!
Reconozco que no pude terminar el libro del puro aburrimiento, pero la sorpresa llegó luego, cuando descubrí la razón detrás de esas listas, de esas interminables descripciones. A Julio Verne le pagaban por palabras. Ahí es cuando me empecé a partir de risa y a sentirme identificada con el buen Julio.
La pela es la pela
Ya sabemos que la vida es muy perra, pero no os imagináis cómo de perra puede llegar a serlo para alguien cuyo talento reside en la escritura.
Desde que aparecieron plataformas como UpWork, Fiverr o TextBroker, es fácil ver ofertas de trabajo en las que te pagan cuatro o cinco míseros euros por escribir cuatrocientas palabras sobre algo que quizás ni te suene.
Por supuesto, cuando el hambre aprieta, no se rechaza nada. Aprietas los codos, te pones un café y empiezas a escribir sobre los temas más diversos que te puedas imaginar. Así que recuerde por encima, he escrito sobre aviones, cáncer oral, gafas de sol, ventanas de PVC, muebles de diseño, higiene bucodental, marketing online, fisioterapia, combustibles o tendencias de moda.
Cuando te postulas para estas ofertas, tienes que tirar de trucos, infames trucos. Si sabes sobre el tema, es fácil sacar quinientas palabras de la nada, igual que si la idea del artículo te atrae. Si sabes un poquito, basta con buscar un poco por internet para asegurarte de tus conocimientos y así no escribir falsedades. ¿Que no sabes nada? ¡No hay problema, fusilas un artículo de otro idioma, añades unas cuantas cosas de cosecha propia y listo!
Por supuesto, si en vez de quinientas palabras te piden mil, o dos mil, tendrás que repetir conceptos una y otra vez simplemente para poder llegar al mínimo exigido.
Del SEO prefiero no hablar, la verdad. Lo odio con todo el alma, porque es sólo una manera de joderte la escritura. Imagina tener que escribir incorrectamente. Tener que rellenar el artículo con variaciones de lo mismo porque la idea original no pasaba de cincuenta palabras, y sin un mínimo de trescientos Google ni te mira. Repetir ideas, cambiando expresiones para que el todopoderoso buscador te indexe por más y más palabras clave y longtails.
Todo esto tiene sus consecuencias, y no son divertidas. ¡Todo lo contrario! The Onion, una de las páginas más divertidas que te puedas imaginar, pillan el chiste del titular y lo repiten una y otra y otra vez hasta que pierde toda la gracia. Artículos que te aburren de pura repetición y que te quitan hasta las ganas de volver a visitar la página web donde los viste.
¿Y la solución, para cuándo?
Aquí sólo hay una solución posible: el parné. La panoja. El dinero. Si necesitas un texto de calidad —para vender, para darte a conocer, para lo que sea— no puedes ofrecer miserias, aunque sólo sea para que le dediquemos más tiempo a tu texto.
Si necesitamos escribir quince artículos como el tuyo a diario para poder llegar a un mínimo de ingresos con el que sobrevivir, no le dedicaremos tanto cariño como se merece.
En definitiva, lo único que necesitas para recibir más visitas es pagarle a tus escritores. Páganos lo suficiente para que podamos permitirnos dedicarle tiempo a tu contenido, y el resultado te sorprenderá.
¡Sí, vuelvo a escribir!
Aunque hace un par de días dije que me retiré de la escritura por el cansancio de escribir cosas ajenas a mí, la necesidad aprieta un poquito. Tengo un par de encargos entre manos, pero pronto estaré disponible de nuevo. Si necesitas textos para tu página web, tu blog o tu publicación, escríbeme y hablamos.
Appu
Posted at 00:20h, 17 eneroPues espero que nunca pares, amiga.
Enorme abrazo