08 Ene La currante errante
Aunque parezca extraño, la vida de la fotógrafa (y más en concreto la de esta fotógrafa) no se limita sólo a caminar en busca de la última instantánea o de asistir a cualquier evento social con ánimos de hacerse ver, de conseguir un nombre o de intentar vender su trabajo. A veces es necesario sentarse tranquilamente con un ordenador delante, un café enorme al lado y muchas, muchas ganas de trabajar.
Ahora mismo no sólo me dedico a hacer fotografía, que ojalá. También escribo contenidos para diversos blogs, hago diseño web, diseño gráfico y cualquier cosita que me pueda aportar algo de parné pa’l bolsillo, que la vida es muy dura y hay que pagarse los vicios. Aunque no hiciera esto, de todas maneras, también tendría que sentarme de vez en cuando: las fotos necesitan edición, estos textos no se escriben solos y la socialización en redes no es automática.
El problema está en que el lugar donde vivo (me cuesta llamarla mi casa) no está especialmente preparada para trabajar. No tengo despacho, no tengo una silla cómoda ni una gran mesa donde ponerme a hacer mis cosas. La mitad de los artículos que veis aquí ¡los escribo desde la cama, cubierta de mantas y con una gata entre las piernas! Cuando necesito un poquito más de concentración o un sitio donde sentarme a hacer tareas, recurro al espacio de coworking primigenio: el bar de la esquina.
La fotografía que adorna la entrada está hecha en un bar llamado La Baronesa que está a unos quince minutos a pie desde mi cama. Tienen wifi, enchufes, tostadas espectaculares y un café bastante decente, además de sofás y una decoración muy atractiva. Es uno de los lugares a donde suelo traer a mis amigas o a posibles clientes para hablar de sesiones, encargos y diferentes tipos de trabajo. ¡Y es maravilloso!
Entiendo las ventajas de un local de coworking específico para ello, que las hay y muchas. Sin embargo, no todo el mundo puede permitirse un espacio de trabajo del estilo. Por suerte, siempre tenemos disponibles las cafeterías del barrio o aledaños.
Eso sí, si utilizáis una de estas, no os olvidéis de ir pidiendo cafés cada hora por lo menos, que estáis ocupando asientos sin consumir y eso tampoco se puede hacer.
Una observación sobre el observar
Creo que una de las cosas que más destacan de mí como fotógrafa es mi capacidad de observación, y no lo digo como falta de modestia. Tengo los ojos abiertos siempre, y no puedo evitar ir mirando de un lado a otro, consciente o inconscientemente.
Aun así, ayer (y muchos días más) se me escapó algo bastante importante.
Esta foto, utilizada para la publicación de ayer, es de mi propia cocina. ¿Qué mejor forma de representar la vuelta a la rutina que un intento de comida sana? Pocas cosas hay que tenga más vistas que esta encimera, que esta tabla de cortar.
Y hoy, por primera vez en todos mis años de vida, he conseguido ver que en la tabla de cortar está el nombre de mi madre, escrito por mi padre con tinta verde en uno de los laterales. Reconozco esa escritura a leguas, pero nunca me imaginé que me la encontraría así de casualidad en un segundo vistazo. Tengo que decir que se me ha escapado una pequeña lagrimilla, sí.
Es fácil ser observadora cuando estás en un terreno nuevo, rodeada de gente desconocida o en un sitio donde se espera que ocurra algo. Cuando se trata de la rutina, del trabajo diario, del momento cotidiano, lo difícil es ver lo que hay.
De boca de Richard Torres me llegó una frase de cierto profesor de fotoperiodismo del cual no recuerdo el nombre.
Es muy fácil hacer fotografías impactantes en un campo de batalla. Lo complicado es hacer imágenes llamativas en un pueblecillo medio abandonado donde nunca pasa nada.
Si esto ocurre, ¿no será porque sólo abrimos los ojos cuando esperamos que pase algo?
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